El anhelo de Cristo era que cesaran la disensión, los celos, la lucha por la supremacía y el conflicto entre sus discípulos.
Los discípulos no pidieron una bendición para sí mismos. Sentían preocupación por las
almas. Cada creyente tiene dones que son valiosos para la edificación del cuerpo de Cristo.
Cuando los discípulos dedicaron tiempo para buscar a Dios en oración, el Espíritu Santo recalcó en sus mentes el hecho de que tenían un Creador, un Redentor, una herencia y una misión
en común.
El día de Pentecostés les trajo la iluminación celestial. Las verdades que no podían entender mientras Cristo estaba con ellos quedaron aclaradas ahora. A pesar de las diferencias de personalidad, por medio de Cristo estos primeros cristianos tenían un amor mutuo que era evidente para los que los observaban.
“Y yo rogaré al Padre –dijo él–, y les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre: al Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero ustedes le conocen; porque está con ustedes, y será en ustedes” (Juan 14:16, 17).
Dios les bendiga y que tengas un muy buen día lunes.
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