Jesús dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mat. 28:18, 19). Luego agregó: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8).
“¿Cuál fue el resultado del de- rramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés? Las alegres nuevas de un Salvador resucitado fueron llevadas a las más alejadas partes del mundo habitado. Mientras los discípulos proclamaban el mensaje de la gracia redentora, los corazones se entregaban al poder de su mensaje. La iglesia veía afluir a ella conversos de todas direcciones.
El propósito del derramamiento del poder del Espíritu Santo en el día de Pentecostés fue permitir que los discípulos llevaran el evangelio al mundo. El Espíritu Santo le dio poder al testimonio de los discípulos. Los resultados fueron sorprendentes. Los corazones fueron tocados. Las vidas fueron cambiadas. Tres mil se bautizaron en el día de Pentecostés. Miles más se añadieron a la iglesia en pocos años. Esta motivación evangelizadora continuó en todo el libro de los Hechos. Hechos 4:4 registra: “Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil”. Según Hechos 9:31, se edificaron nuevas iglesia en Judea, Galilea y Samaria y “se acrecentaban”.
“A menos que los miembros de la iglesia de Dios hoy tengan una relación viva con la fuente de todo crecimiento espiritual, no estarán listos para el tiempo de la siega. A menos que mantengan sus lám- paras aparejadas y ardiendo, no recibirán la gracia adicional en tiempo de necesidad especial. Únicamente los que estén recibiendo constantemente nueva provisión de gracia, tendrán una fuerza pro- porcional a su necesidad diaria y a su capacidad de emplearla. En vez de esperar algún tiempo futuro en que, mediante el otorgamiento de un poder espiritual especial, sean milagrosamente hechos idóneos para ganar almas, se entregan diariamente a Dios, para que los haga vasos dignos de ser empleados por él. Diariamente están aprovechan do las oportunidades de servir que están a su alcance. Diariamente están testificando por el Maestro dondequiera que estén, ya sea en alguna humilde esfera de trabajo o en el hogar, o en un ramo público de utilidad” (Los hechos de los após- toles, p. 45).
No podemos depender ni de la forma ni de la maquinaria externa. Lo que necesitamos es la influencia vivificante del Santo Espíritu de Dios. “No con ejército ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”. Orad sin cesar, y velad mientras obráis en armonía con vuestras oraciones. Al orar, creed, confiad en Dios. Es el tiempo de la lluvia tardía, cuando el Señor concederá su Espíritu en abundancia. Sed fervientes en la oración, y velad en el Espíritu” (pp. 511, 512).
El cristiano debe echar todo el fundamento si quiere edificar un carácter fuerte, simétrico, si quiere estar bien equilibrado en su experiencia religiosa. Así el hombre estará preparado para alcanzar las normas de verdad y justicia presentadas en la Biblia, porque el Santo Espíritu de Dios lo sostendrá y fortalecerá. El verdadero cristiano combina una gran ternura de sentimiento con una gran firmeza de propósito y una inquebrantable fidelidad a Dios; en ningún caso traicionará las verdades sagradas. El que está dotado del Espíritu Santo tiene grandes poderes emotivos e inte- lectuales y una invencible fuerza de voluntad” (pp. 174-176).
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